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En plena comarca de La Cabrera, en la localidad de Encinedo, se levanta un templo con un bonito retablo pero, a su lado, llama la atención una imagen. Es San Gil, con un libro en la mano y a su vera, un ciervo en una pose muy particular, flexionado, con una expresión poco habitual. Todo se explica en torno a la leyenda de la calavera de San Gil.
Esta leyenda nace de la original, ubicada en la Provenza francesa, donde Don Gil vivía en un bosque y se alimentaba gracias a una cierva que, cada día, se acercaba a él para ser ordeñada y que el ermitaño pudiera alimentarse.
Un día llegó el rey Wamba, en una jornada de caza, y la cierva, asustada, se refugió junto a San Gil. La flecha del rey, dirigida al animal, se clavó en la mano de San Gil. Wamba, arrepentido, ofreció todas las riquezas que quisiera al ermitaño, que tan sólo pidió que se edificase un monasterio del que él sería el primer abad.
Pero, ¿como llega San Gil a La Cabrera donde, además, se le considera patrón de los cazadores? Todo nace en La Baña, en un paraje cerca a esta realidad donde vivía otro santo ermitaño, San Blas. Cada mañana, a través del arroyo, le llegaba una hogaza de pan y una manzana, su alimento diario.
Un buen día llegó San Gil, deseoso de acompañarle, y San Blas aceptó esta compañía. Pero ese alimentó no apareció. Ni ese día ni los dos siguientes. San Blas, entonces, se percató de que era un castigo de Dios porque no querían que estuvieran juntos y tomó la iniciativa de irse. Pero le replicó San Gil: «Tú llegaste primero, soy yo el que se debe ir».
Así lo hizo San Gil, abatido, cuya silueta se perdió en mitad del bosque hasta que llegó a un claro, unos kilómetros más hacia el oeste, ya en territorio de lo que hoy es Galicia. Cada día, como cuenta la leyenda provenzal, se acercaba a él una cierva, a la que ordeñaba cada mañana para alimentarse.
Muchos años después, en ese mismo paraje, unos pastores de La Cabrera encontraron una calavera humana que cambiaban de lugar. Pero cada día volvía a su lugar original. Este extraño suceso suscitó su curiosidad, contaron la historia en el pueblo y tuvo que intervenir incluso el obispo, que determinó que esa calavera era de San Gil, por la que se levantó una ermita y se propagó la leyenda de la calavera de San Gil.
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Óscar Bellot | Madrid y Guillermo Villar
José A. González y Leticia Aróstegui (gráficos)
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